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Los 10 lugares favoritos de... Javiera Contador: “Cuando era chica viví con mi mamá en muchas casas; fueron más de 30″

La actriz chilena habla de su conexión con las montañas desde su infancia en El Arrayán y Puente Alto; de sus años de estudiante de teatro en el Campus Oriente y de la avenida Irarrázaval, en Ñuñoa, una de sus calles favoritas

La actriz Javiera Contador y el Cajón del Maipo
Ana María Sanhueza

Campus Oriente. Cuando salí del colegio postulé a teatro a la Universidad Católica (UC) y a la Universidad de Chile. Quedé en ambas, pero una de las razones por las que me fui a la UC fue por el Campus Oriente: por su estructura, un exmonasterio misterioso lleno pasillos y de secretos. Dentro de Santiago es un lugar precioso. Hoy vivo cerca, y mi mamá llevaba en coche a mi hija grande a pasear allá. Lo amo como esa fuente importante de mi historia. En la universidad lo pasé muy bien, porque conocí a mis amigas. Pero también fue duro. En el colegio, el Latinoamericano de Integración, yo era una lumbrera en la actuación, pero cuando uno entra a la Escuela de Teatro tiene una prueba selectiva difícil. Y la carrera es compleja, porque mucho de que te vaya bien o mal, de ser buen actor, tiene que ver con la credibilidad, que es algo súper subjetivo. Me iba muy bien en los ramos teóricos e, incluso, tuve una matrícula de honor por las buenas notas, pero no era lumbrera como otros compañeros. Sin embargo, tenía la voz de Ramón Núñez [profesor] que nos decía: ‘acá es 1 % de talento y 99 % de trabajo’. Y yo soy y he sido muy trabajadora y eso me ha dado cierta constancia. (Jaime Guzmán Errázuriz 3300, Providencia).

El Arrayán. Tengo una relación con los cerros especial. Mi mamá y mi papá me tuvieron cuando eran muy chicos, a los 18 años, y nunca vivieron juntos. Viví con ella en muchas casas; fueron más de 30. Nos cambiábamos por distintas situaciones, y una de ellas era porque mi mamá se aburría de las casas, pero también fue problemas de plata y ahí nos fuimos a la de mi abuela a Puente Alto. Pero la primera casa de la que tengo conciencia fue en El Arrayán, cuando tenía ocho años, y allí nació mi hermano [son cuatro hermanos]. Era un cabañita de dos piezas. Teníamos muchos perros y era una vida de campo, muy agreste. Recuerdo que caminabas un poco y llegabas al río. Creo que esa conexión que tengo con la montaña viene desde El Arrayán, pues los sábados y domingos subíamos hacia Farellones. Siento que estoy hecha de eso. (Es un sector precordillerano del municipio de Lo Barnechea, en Santiago)

Cajon del Maipo, en Santiago.

Cajón del Maipo. Llegamos a Puente Alto en 1986 y ahí empecé a hacer escalada. En mi colegio había un grupo de exploradores, Los Naranjitos, con el que íbamos todos los fines de semana a El Manzano o a San José de Maipo a buscar rocas. Es que el cerro me hace muy feliz y para mí es una conexión. Y una gran palabra para estos tiempos es esa: conexión. El humor, que es a lo que me dedico, tiene mucho que conectar. Porque para que tú te rías de algo que yo estoy diciendo, tengo que conectar contigo. Y a mí me pasa algo así con la montaña: me siento súper yo, muy cómoda, en una versión de mí misma muy relajada. Además, me encanta esa cosa sucia, transpirada, de hacer cumbre y de llegar. Es que la cordillera te protege y a mí me gusta tener montañitas, porque cuando veo un cerrito, me siento en casa. Hacia el Cajón del Maipo también está el restorán Calypso (Trattoría). Es al aire libre y puedes llevar mantitas y quedarte en la tarde mientras los niños juegan y mirando la montaña. (Ubicado a 48 kilímetros de Santiago).

Avenida Irarrázaval. Es un universo demasiado entretenido. Siempre voy a Los carros, que es un mercadito donde hay de todo. Irarrázaval es una calle donde hay un comercio antiguo, con almacenes, cordonerías y ópticas pequeñas. También venden frutas espectaculares. Me gusta mucho la vida de barrio, y siento que Irarrázaval tiene mucho de eso. Por ejemplo, todavía existe el edificio Caracol de Ñuñoa, con tienditas y talleres de reparación de ropa. A mi hijo le gusta mucho el manga, y allí, obviamente, hay tiendas de animé. Lo que más me gusta es que subsiste el negocio antiguo, atendido por sus propios dueños. (Avenida Irarrázaval, entre Pedro de Valdivia y Macul, Ñuñoa).

Javiera Contador Los carros de Irarrázaval, el 15 de abril.

Teatro UC. Cuando entré a la escuela de teatro vivía en Puente Alto, pero se empezó a hacer un poco lejos el Campus Oriente. Entonces, mi mamá arrendó una casita, que estaba detrás de una casa grande, al lado de la Plaza Ñuñoa. En ese tiempo estábamos económicamente muy mal. Postulé al crédito universitario, que pagué, y tenía que trabajar porque a mi mamá no le alcanzaba. Me costeé la universidad haciendo de payasita en cumpleaños infantiles: me llamaba Trencitas. También vendía programas [folletos de las obras] en el teatro. Me pagaban súper poco, pero estuve más de un año haciendo eso. También es un lugar importante porque mi egreso de la escuela fue ahí; y después hice una obra que se llamaba Traición. Y de estudiantes, todo a lo que aspirábamos era este teatro. Es parte de mi historia. (Jorge Washington 26, Plaza Ñuñoa).

Teatro Universidad Católica, en Santiago

Salto de Apoquindo. Volví a subir cerros poco antes de la pandemia. Uno puede entrar por el Parque Aguas de Ramón y voy varias veces al año. Se ha convertido en ‘mi lugar’. Hay un tronco que está justo antes de la cascada donde puedes comer tu manzanita o galletas, una colación. El camino es largo, y uno tiene tiempo para pensar y conversar. Igual es pesado físicamente, pues son de 15 a 19 kilómetros al sol, pero subiendo cerros tengo una tolerancia al calor que no sabía que tenía. Aguanto todo. (Álvaro Casanova 2583, La Reina).

Bar Liguria. Conozco a los garzones desde chica, porque antes iba mucho. Incluso, un vez fui sin plata y me fiaron. Fue el garzón y pagué al día siguiente. Así de confianza. El Liguria, a comienzos de los 2000, era una escena cultural. Si querías ver a los artistas de teatro o de la escena musical, todos terminaban ahí. Te quedabas conversando hasta tarde, te cambiabas de mesa, se pasaba muy bien. (Providencia 1353, metro Manuel Montt, Santiago).

Claramunt y ‘Casado con hijos’. En el estudio que está dentro de Claramunt vivimos dos años completos cuando hicimos Casado con hijos, y grabamos los 259 capítulos originales de Sony, entre 2005 y 2007. Trabajábamos de lunes a sábado, desde las 8.00 horas de la mañana hasta muy tarde en la noche. Ahí también hice el casting (de Kena Larraín). Casado con hijos marca un antes y un después profesional, y la experiencia de cómo se grabó fue súper loco. Estábamos muchas más horas de personajes que de nosotros mismos. Éramos una familia. Grabábamos de una manera muy desquiciada. Algunas noches, todos nos íbamos a un restaurante peruano que estaba al frente, y también iba Diego [Rougier] que era el director [hoy es su marido] y nos tomábamos unos piscos sour. ¡Es que necesitábamos cierta libertad! Hoy siento que todo eso no lo podría reproducir con dos hijos. Era toda una locura, además, primero no nos pescaron [prestaron atención] mucho, pero después nos empezó a ir a increíble. Para mí Claramunt no solo es la serie; también es un método de trabajo y un descubrimiento de la comedia para Diego y para mí. (Condell 1035, Providencia).

Quinta Michita. De las varias casas en que viví, unas cuatro o cinco eran de las comunidades Castillo Velasco, porque a mi mamá le encantaban. Y finalmente se terminó comprando la de la Quinta Michita, en La Reina, que fue la misma donde vivimos durante un año cuando yo estaba en sexto básico. Allí también vivían Fernando Castillo Velasco [arquitecto] y su mujer, Mónica Echeverría [escritora]. La Quinta era un espacio muy entretenido, que valoré mucho, donde los niños jugábamos en un parque gigante hasta muy tarde. Se hacían fiestas de fin de año y nosotros hacíamos coreografías. (Simón Bolívar, a la altura del 5800, La Reina).

Calle Eliecer Parada. Es una calle en la que camino mucho y hay varias plazas. Para mí, tiene que ver mucho con mis niños. Por ese sector hay un negocio, Geronto Market, de don Leopoldo, donde si te falta cualquier cosa, está ahí: es fotocopiadora, librería, juguetería, y para Halloween, vende máscaras. Hay todavía hay vida de barrio, con lavaseco, reparadora de calzado, y hasta la arreglan la lavadora vieja y la tele. Y una panadería donde puedes ir muy temprano a comprar pan. (Ubicada entre dos comunas, Providencia y Ñuñoa).


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Sobre la firma

Ana María Sanhueza
Es periodista de EL PAÍS en Chile, especializada en justicia y derechos humanos. Ha trabajado en los principales medios locales, entre ellos revista 'Qué Pasa', 'La Tercera' y 'The Clinic', donde fue editora. Es coautora del libro 'Spiniak y los demonios de la Plaza de Armas' y de 'Los archivos del cardenal', 1 y 2.
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