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Victoria de los kenianos Sharon Lokedi y John Korir en el maratón de Boston

Korir sigue los pasos de su hermano, ganador en 2012, mientras que Lokedi bate el récord femenino de la prueba (2h 17m 22s)

John Korir
Carlos Arribas

El maratón de Boston es tradición y solemnidad, fiesta grande en la capital de Massachusetts, lunes del Patriota, revuelta del té, lanceros a caballo, desfiles, y suenan sonoras por encima del griterío de tanto público de fiesta las campanas de la maciza iglesia de la Trinidad cuando los ganadores cruzan la meta de Copley Square, cuando lo hace Sharon Lokedi (2h 17m 22s, récord de la prueba), una keniana que estudió con beca en Kansas, se deshace de Hellen Obiri (2h 17m 41s), una compatriota y amiga condenada a soñar y siempre quedarse a un paso de sus sueños, cuando, media hora antes, lo hizo John Korir (2h 4m 45s) como hace 13 años lo había hecho su hermano Wesley, también keniano, también de Eldoret, como Lokedi, como manda la tradición. Y a ambos los coronan de laurel, ritual importado en Boston desde Atenas, como el maratón, el más antiguo de cuantos se celebran, nacido en 1897, el año siguiente a los primeros Juegos Olímpicos.

Hace un año no más Obiri, de 34 años, era un misil imparable. Se había impuesto consecutivamente, sin respiro, en los maratones de Boston 23, Nueva York 23 y Boston 24, y se preparaba en Boulder (Colorado) para conseguir la imposible cuadratura del círculo en los Juegos de París. A fuego lento en las colinas del maratón más duro la cocinaron entre Sifan Hassan, eventual ganadora, y Tigst Assefa, como tres meses después lo hizo también su compatriota Sheila Chepkirui en el maratón de Nueva York, como Lokedi, de 31 años, zancada ligera, muy ágil, lo hace también en los últimos kilómetros de Boston. Obiri, ritmo de brazos, paso pesado, buscaba su tercera victoria consecutiva, la redención, y para ello se había ido a pasar el invierno en Kenia, dejando a su familia, marido y un hijo, en la nieve de Boulder, para terminar dominada por la frustración. Tercera fue la etíope Yalemzerf Yehualaw (2h 18m 6s).

La alcaldesa de Boston corona a Lokedi tras su victoria.

Lokedi, que en 2022, en su debut en la distancia, ganó el maratón de Nueva York, vive en Eldoret, la capital del valle del Rift, pero tiene entrenador norteamericano, Stephen Haas, que también es su agente, como norteamericano es Ron Mann, entrenador de la Universidad de Northern Arizona y de John Korir, ganador en Chicago el año pasado, que al pie de la colina Rompecorazones, kilómetro 32, acelera y rompe las esperanzas de sus rivales, de Evans Chebet o del norteamericano Conner Mantz, misionero mormón en Ghana un par de años, que le persigue por la colina, tenaz, como es de suponer, e incapaz. Brilla el sol frío, 10 grados, temperatura ideal para correr, viento del sur suave.

Boston no es Londres, nueva rica del maratón que dentro de seis días se prepara para que Jacob Kiplimo venza y sea el primer atleta que baja de las dos horas en los 42,195 kilómetros, para que Eliud Kipchoge entone el canto del cisne a los 40 años y para que Sifan Hassan reproduzca la victoria olímpica de París. En Boston hay premios como en ningún otro maratón (200,000 dólares para Lokedi, 150.000 por la victoria más 50.000 por mejorar el récord de la prueba; 150.000 para Korir, que anunció que los donaría a una escuela en Kenia) no hay liebres ni pelea por el récord del mundo porque la federación internacional no considera homologables las marcas conseguidas en un recorrido lineal (entre la salida, en el rústico suburbio de Hopkinton, y la meta, en la biblioteca de Copley Square, hay 38 kilómetros), lo que permite grandes marcas si sopla viento a favor, y en descenso, como la cuesta abajo en la que acelera inalcanzable Korir, que correr tras los pasos de su hermano mayor. El etíope Sisay Lemma, un atleta que en Valencia corrió en 2h 1m 48s, intenta repetir la táctica que le llevó a la victoria en el mismo recorrido hace un año, una primera parte tirando a ritmo suicida y una segunda al ataque en las colinas. Pasó la media maratón en 1h 1m 53s. Después, al pie de las cuestas, dijo adiós. Mantz, de 28 años, mantuvo la determinación y el sacrificio. Fue el primero de los perseguidores hasta que en el último kilómetros aquellos a los que había guiado le adelantaron. Terminó cuarto, pero feliz por su marca y su esfuerzo (2h 5m 8s), que le permiten seguir siendo la gran esperanza blanca en su país, detrás del tanzano Alphonce Felix Simbu (2h 5m 4s) y del keniano Cybrian Kotut.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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