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Blogs / Deportes
El Montañista
Coordinado por Óscar Gogorza

El día que Carlos Suárez creyó morir: “Siempre he sido muy consciente de que lo que hacía era peligrosísimo”

El escalador y experto en salto BASE, que murió este martes al no abrirse el paracaídas, se había alejado tanto del alpinismo como de los vuelos de proximidad tras perder a Darío Barrio y sufrir un enorme susto en un ejercicio rutinario

Carlos Suárez, en la pared del Naranjo de Bulnes durante un descanso en una imagen en junio de 1996.
Óscar Gogorza

Ciertos alpinistas y escaladores nunca se jubilan, cabalgan su pasión hasta que la vida les manda al banquillo, sin hacerse preguntas. Otros, en cambio, arden y se consumen al fuego de la misma pasión que un buen día los puso en movimiento. A principios del presente siglo, Carlos Suárez parecía un artista fuera de foco, una persona en tránsito hacia algún lugar que nadie parecía entrever. Era un hombre con muchas preguntas en su cabeza, con dudas, atado a su gloriosa juventud como estrella del mundo vertical y al mismo tiempo necesitado de una conexión con un futuro que no acertaba a adivinar. ¿Debía buscar familia, hogar, trabajo estable, dejar atrás su esencia? El alpinismo empezaba a quedársele pequeño, un teatro donde repetir variaciones de la misma función, una obra arriesgada, única, reservada para una élite diminuta… pero siempre parecida. El salto BASE vino a rescatarle de su ensimismamiento, le regaló una pasión renovada, desconocida, fresca, en un marco que, además, dominaba: la montaña.

Carlos entendió que en montaña, lo extremo solo conduce a un callejón sin salida: la adicción o el final prematuro. Necesitaba nuevas formas de expresarse, por mucho que estas tuviesen el viejo sabor de un juego conocido, este donde la apuesta solo tiene el límite de la muerte. Con el salto BASE, la fatalidad, dirán algunos, seguía flotando en su ambiente. Lo más socorrido hubiera sido afirmar que Carlos cambiaba una adicción por otra, un tipo de adrenalina por otro a la moda. Lo complicado es saber qué beneficios aporta el aparentemente siniestro juego de las actividades llamadas extremas. Carlos nunca lo supo. La curiosidad le llevó, con todo, a la acción: ya no se trataba de exponerse para emular a sus ídolos, para demostrarse capaz, para el ego, sino sencillamente para alcanzar cierto conocimiento. No buscaba gestas, sino respuestas, un atisbo de comprensión. Saber, a lo sumo, qué pintamos en este mundo.

Visto desde la lejanía, Carlos Suárez era el paradigma de tipo valiente, exageradamente valiente. Él siempre lo negó, y solía reconocer, como hizo en una entrevista reciente en el canal de Youtube Morir de éxito, que el miedo siempre le había acompañado en su vida deportiva. “Siempre he sido muy consciente de que lo que hacía era peligrosísimo”, confiesa en esa entrevista. En una época en la que el alpinismo renegaba del deporte, abrazaba la vida a salto de mata y la escalada como una forma bohemia de vida, Suárez se impuso la tarea de ser el alpinista más fuerte posible. Ese sería, decidió, su seguro de vida, su manera de abordar sus impulsos desde el estudio, la mesura, y el máximo rigor para minimizar los riesgos. Lo que parecía una locura era, en realidad, un acto de honestidad calculada, pensada y diseccionada para resultar plena. “Los alpinistas no buscan morir en la montaña, buscan la estrategia más segura para llegar a la cima”, explica en la citada charla, de hace solo cinco meses. Así, escaló en solitario con 17 años dos rutas alpinas legendarias: el Pilar Bonatti al Dru y la Cassin a la punta Walker de las Grandes Jorasses. Ahí llegó a través de la literatura, libros clásicos de montaña que devoró en su juventud y donde aprendió a irar y emular a los grandes apellidos de la historia del alpinismo. Había nacido una estrella, la versión nacional del hoy mundialmente famoso Alex Honnold.

Carlos Suárez, durante la ascensión en solo de 'Cazaprimeras (8a)', en 1996.Foto: Darío Rodríguez (Desnivel)

El idilio con el salto BASE y con los saltos de proximidad enfundado en un traje de alas o wingsuit no duró tanto como su recorrido como escalador. La muerte de tres grandes amigos, en especial la del cocinero Darío Barrio en 2014, puso un freno a su recorrido. El salto de proximidad acababa con la vida de los mejores, con los más experimentados, incapaces de evitar un error definitivo, una circunstancia inexplicable. En este nuevo juego ya no se trataba de estar fuerte, de dominar la técnica, de medir todo lo medible. Sencillamente, Carlos entendió que había algo que se les escapaba, que no podían entender, ni dominar, ni mucho menos anticipar. Mucho después supo que en sus saltos faltaba velocidad, un error de bulto fruto del desconocimiento. Poco a poco se fue alejando de los saltos, un tanto espantado también por una experiencia horrible: en un vuelo rutinario, su paracaídas no se desplegó y cuando trataba de dar con la anilla para accionar el de emergencia, no fue capaz de dar con ella, escondida como estaba en su traje nuevo de alas, un equipamiento que no controlaba. En Youtube, Carlos recuerda la rabia, la frustración de saberse muerto, también la desesperación y hasta la aceptación de que moriría en un día soleado, bello, igual que sus amigos. Finalmente, encontró la anilla y la vida.

El pasado martes, también brillaba el sol en La Villa de Don Fabrique (Toledo) cuando Carlos saltó desde un globo ataviado con un traje de alas y acompañado por otros cuatro especialistas. El equipo del director de cine Salvador Calvo filmaba tomas previas de la película La fiera, precisamente sobre la vida del propio Suárez. El paracaídas del wingsuit con el que volaba no se abrió. Tampoco lo hizo el de reserva, dotado con un sistema de apertura automática. Esta vez no hubo anilla salvadora. Ni un grito de júbilo al aterrizar. Tan solo la incomprensión por una pérdida que se lleva un trozo enorme de la historia de la escalada y del Salto BASE de este país.

Carlos Suárez, en la pared del Naranjo de Bulnes durante un descanso en una imagen en junio de 1996.

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Sobre la firma

Óscar Gogorza
Periodista especializado en actividades de montaña y escalada, escribe para EL PAÍS desde 1998. Coordina el blog 'El Montañista'. Dirigió la revista' CampoBase' durante una década y es guía de alta montaña UIAGM.
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