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Geopolítica
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Prepárense para el euro global

La economía mundial saldrá ganando si Europa llena el hueco de EE UU como líder financiero internacional

Banco Central Europeo (BCE)

Puede que los sistemas monetarios y financieros internacionales no sean inmutables, pero tampoco cambian con frecuencia. Es por eso que la agitación espoleada por la guerra comercial y arancelaria del presidente estadounidense, Donald Trump, es tan notable —y difícil de descifrar—. Para dilucidar lo que está pasando, vale la pena revisar la teoría de la estabilidad hegemónica de Charles P. Kindleberger, que expuso en su libro El mundo en depresión: 1929-1939. La teoría de Kindleberger afirma, esencialmente, que un sistema internacional abierto y estable depende de la presencia de una potencia mundial dominante.

En el siglo XIX, esa potencia era el Reino Unido. Como potencia financiera hegemónica a nivel mundial —líder del sistema económico global y emisora de la moneda internacional dominante—, Londres suministraba bienes públicos críticos. Estos incluían, como señaló Kindleberger, un “mercado para los bienes de emergencia, facilitado por el libre comercio británico”, y un flujo de capital contracíclico, producido por la City londinense. El Reino Unido también apoyó la “coordinación de las políticas macroeconómicas y los tipos de cambio”, a través de las “reglas del patrón oro”, que fueron “legitimadas e institucionalizadas por el uso”. Por último, el Banco de Inglaterra actuaba como “prestamista de último recurso”.

Pero la Primera Guerra Mundial le pasó factura al Reino Unido, que en la década de 1930 ya no disponía de recursos suficientes para apuntalar el sistema monetario internacional. Y aunque Estados Unidos era una potencia en ascenso, aún no estaba preparada para ocupar el lugar del Imperio Británico. Esta “brecha de Kindleberger” —el período entre hegemonías mundiales— coincidió con la Gran Depresión y la creciente agitación política que culminó en la Segunda Guerra Mundial.

Cerca del final de la guerra, en 1944, delegados de 44 países se reunieron en Bretton Woods, New Hampshire, donde orquestaron una transición suave entre las viejas y las nuevas hegemonías. Al hacerlo, validaron la supremacía de facto del poder comercial, financiero y militar de Estados Unidos.

En aquel momento, Estados Unidos representaba el 35% del PIB mundial. Pero, aunque el porcentaje estadounidense del PIB global ha disminuido, el dólar estadounidense ha mantenido su dominio como activo de reserva, moneda de facturación y ancla de los tipos de cambio fijos. Asimismo, las decisiones políticas de la Reserva Federal de Estados Unidos y la evolución de la economía estadounidense siguen determinando el ciclo financiero mundial.

No obstante, es posible que nos acercamos a una nueva “brecha de Kindleberger”. La potencia hegemónica existente parece estar autodestruyéndose, ya que se niega a suministrar bienes públicos globales, y no hay un candidato claro para ocupar su lugar. La Unión Europea no está preparada para asumir el relevo, y China ni siquiera está integrada en los mercados financieros globales.

Mientras que el resto del mundo considera la primacía del dólar como un “privilegio exorbitante”, la istración Trump parece convencida de que la demanda global de activos en dólares es una carga, ya que cree que hace subir el valor de la moneda. Pero si Estados Unidos continúa con su actual trayectoria política, pronto se verá “aliviado” de esta carga, le guste o no.

Para que una moneda desempeñe un papel internacional, el país que la emite debe gozar de preeminencia económica y ocupar una posición central en el comercio global. Estas cualidades dependen de la capacidad de innovación y del potencial de crecimiento, y también influyen el poder militar y las alianzas geopolíticas. Nada de esto es posible sin una economía abierta y unas instituciones estables y de alta calidad.

Al implementar políticas que socavan las instituciones estadounidenses, la investigación fundamental, el multilateralismo y las perspectivas de crecimiento a largo plazo de la economía, Estados Unidos, bajo el liderazgo de Trump, está erosionando rápidamente la confianza en el dólar. Esto nunca ha sido tan evidente como luego del anuncio de Trump, a principios de abril, de imponer aranceles muy elevados a los productos procedentes de decenas de países con superávits comerciales bilaterales. Los rendimientos de los bonos del Tesoro de Estados Unidos subieron, el mercado bursátil estadounidense cayó y el dólar se depreció —una combinación que se observa a menudo en las economías emergentes—.

La angustia económica y financiera que Trump inició en Estados Unidos crea la oportunidad para la eurozona —que emite la segunda moneda internacional más importante del mundo— de capturar parte del privilegio exorbitante del que gozó, durante mucho tiempo, Estados Unidos. Esto incluye capital más barato para los gobiernos y empresas de la eurozona —lo que podría apoyar la sostenibilidad fiscal— y una refinanciación más fácil en tiempos de crisis, ya que aumentaría la demanda de activos “seguros” en euros. También incluye un mayor peso geopolítico —crucial en un momento en que la UE se esfuerza por alcanzar una autonomía estratégica—.

Si bien la internacionalización conlleva riesgos, la eurozona está bien posicionada para mitigarlos. Por ejemplo, los marcos de política macroprudencial de la eurozona, mucho más sólidos que los de Estados Unidos, pueden ayudarla a hacer frente a una mayor volatilidad de los flujos de capital y de los precios de los activos. Europa también cuenta con instituciones poderosas, empezando por el Banco Central Europeo, y un Estado de derecho sólido.

Pero hay que hacer más para que la eurozona pueda elevar el perfil internacional del euro. Para empezar, la eurozona debe profundizar su mercado único de bienes y servicios y reforzar sus relaciones comerciales siempre que sea posible. Dado el liderazgo mundial de Europa en materia de clima, podría plantearse empezar a facturar en euros los productos respetuosos con el clima —como los equipos de energía descarbonizada, los vehículos eléctricos y las materias primas utilizadas en la electrificación— al tiempo que se crean los instrumentos financieros correspondientes —como los vinculados a la cobertura del riesgo climático—.

La zona del euro también debería comprometerse a completar la unión bancaria y la unión del ahorro y la inversión, tal como se expone en múltiples informes sobre políticas recientes. Para lograr mercados de capitales profundos e integrados —cruciales para la innovación y el crecimiento—, debería hacerse un esfuerzo para crear un verdadero activo seguro en toda la zona del euro. La emisión conjunta de deuda para gastos de Defensa de emergencia podría ser un buen punto de partida.

Por otra parte, en lugar de permitir que los pagos de la eurozona sigan dependiendo en gran medida de los sistemas de pago estadounidenses, el bloque debe aumentar la soberanía de los suyos propios. Esto probablemente se basaría en una moneda digital del banco central (CBDC, por sus siglas en inglés), complementada con un sólido sistema de pagos que puede o no implicar stablecoins en euros. Por último, la función del BCE como prestador de último recurso debe estructurarse cuidadosamente, a fin de garantizar una confianza generalizada y sólida en el euro.

Estos cambios no serán fáciles de implementar. Pero si algo nos ha enseñado Kindleberger es que la economía mundial saldrá ganando si, en tanto Estados Unidos se retira del liderazgo económico y financiero global, Europa llena rápidamente la brecha.

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