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La universidad se mantiene como ascensor social en Cataluña: “Hay medidas para que nadie se quede atrás”

Muchos jóvenes con talento logran acceder a estudios superiores, pero rectores y alumnos reclaman las becas salario para captar a los que se quedan en el camino

Alumnos en una clase en la facultad de Informática de la Universidad Politécnica de Cataluña.
Ivanna Vallespín

Daniel Crespo (66 años) nació en el barrio de Nou Barris de Barcelona, en el seno de una familia humilde con tres hijos. Los padres combinaban varios trabajos, pero los ingresos no eran suficientes. Y a pesar de que los estudios le iban bien, cuando tenía 14 años en casa le dieron una mala noticia: “Tienes que ponerte a trabajar”, recuerda. Como no quería dejar de estudiar, combinó el trabajo con el bachillerato nocturno. A los 17 años entró en un banco y empezó a cursar Física en la Universidad de Barcelona. Se sacó la carrera en ocho años, tras un parón por el servicio militar, y siempre trabajando para poder costearse los estudios, ayudado también por las becas propias del banco. Después, hizo la tesis, empezó a ejercer de profesor de Física en la Universidad Politécnica y desde 2021 es rector de este campus.

Crespo es un ejemplo paradigmático de cómo la universidad puede ejercer una función de ascensor social, mejorando las condiciones sociales y económicas que tenían en su origen los alumnos. Un ascensor, al que también ha subido Chaymae (20 años), estudiante de tercer curso de Óptica en la UPC y que espera que le lleve a trabajar en una clínica o en la industria.

Daniel Crespo, actual rector de la UPC.

El padre de Chaymae -mecánico- y su madre -ama de casa- siempre la animaron a estudiar “para tener un buen futuro”. La joven explica que desde hace tiempo le atraía el ámbito sanitario y la ingeniería, y encontró en el grado de Óptica la combinación perfecta. Ella es la primera de toda su familia, de origen marroquí, que ha podido llegar a la universidad, un hecho que, cómo no, enorgullece a sus padres. “Están muy contentos porque es un logro y una oportunidad para crecer personal y académicamente”. Aún más, ha allanado el camino de su hermana, que el año que viene quiere cursar una ingeniería. “Las decisiones que han tomado mis padres han sido para darnos un futuro mejor a mí y a mi hermana. Han dejado toda una vida atrás para darnos una oportunidad y que nosotras podamos alcanzar nuestras metas, que seguramente allí [en Marruecos] no habríamos logrado”, asevera la estudiante.

Chaymae, estudiante de Óptica de la UPC.

“Aunque el ascensor social funciona, no sube a las mismas plantas y ello provoca una eternización de las diferencias sociales”. Así resumía sc Xavier Grau, presidente de la Agencia para la Calidad del Sistema Universitario de Cataluña (AQU, por sus siglas en catalán) durante la presentación del estudio Equidad en la inserción laboral de los graduados hace unas semanas. El informe refleja la paradoja del sistema universitario catalán: los graduados de una misma titulación tienen las mismas oportunidades de lograr un trabajo, independientemente de su origen social; pero el problema está en la elección de carrera, ya que los alumnos de clase alta optan por grados más exigentes, con salidas laborales mejor pagadas y más cualificadas, como Medicina, donde seis de cada diez alumnas proceden de familias acomodadas y con estudios superiores. En cambio, los de clase baja optan por grados relacionados con el ámbito social y comunitario -Trabajo social, Integración social, Educación-, donde tendrán condiciones laborales más precarias.

“Las universidades no son suficientemente diversas. Los alumnos más desfavorecidos no tienden a escoger estudios más prestigiados, así que se produce una selección previa. Ello se debe a varios factores, entre ellos las notas de corte, ya que en muchas ocasiones tener una nota alta va ligado a los recursos que puede proporcionar la familia, la dedicación a los estudios y las expectativas de los alumnos, que si no tienen referentes no se plantean estudiar según qué tipo de grados”, abunda Sergi Torner, vicerrector de Planificación académica de la Pompeu Fabra.

Mirana Gerges, estudiante de Medicina de la UdL.

También hay ejemplos que contradicen las estadísticas. Mirana Gerges (23 años) estudia sexto curso de Medicina en la Universidad de Lleida. Con seis años llegó con su familia desde Egipto y sus padres encontraron trabajo en una escuela -él de mantenimiento y ella en la limpieza-. Con un expediente académico brillante, pensó en cursar Medicina. La nota de corte no le preocupaba, el coste sí. “En el instituto ya tenía beca y los profesores me animaron a estudiar, me explicaron que podía pedir beca también, fue un alivio”, explica. Sus otras dos hermanas también están en la universidad. “No hemos crecido con excesos, pero sí con apoyo, mis padres siempre nos han dicho que la educación era el instrumento más poderoso”. La joven considera que la universidad, y no solo por su caso, mantiene la función de ascensor social. “Si te esfuerzas y estudias, tienes apoyo. Hay medidas para que nadie se quede atrás”, expresa.

Además de la ayuda económica, los jóvenes que no han tenido un camino fácil coinciden en que el apoyo y la orientación familiar es determinante. “Mis padres hicieron un viaje migratorio e invirtieron por encima de sus posibilidades para que yo tuviera una educación. Mi abuelo ha sido director de escuela y tenían claro que la educación te abre muchas oportunidades, pero no todas las familias tienen la misma visión”, apunta Alaaddine Azzouzi (25 años), que se graduó en Periodismo en la Autónoma de Barcelona gracias a las becas salario Ítaca de la UAB y trabajos que combinaba con los estudios. Ahora trabaja en TV3, en el informativo infantil Info K.

Alaaddine Azzouzi, periodista graduado por la UAB.

Los rectores de las universidades coinciden sin fisuras que se mantiene ese ascensor social, especialmente desde el descenso del precio de las matrículas, que ha abierto más puertas a alumnos de entornos más humildes. Pero también por las diferentes modalidades de estudios, que permiten mejorar y completar la formación de la persona. “Las universidades tenemos que convertirnos en un espacio de formación para toda la vida, con programas diversos y flexibles que permitan a las personas adaptarse a las nuevas necesidades laborales”, defiende Quim Salvi, rector de la Universidad de Girona.

Fuentes de la Universidad de Lleida matizan que posiblemente para los estudiantes autóctonos o inmigrantes de tercera o cuarta generación “es posible que el ascensor se haya desdibujado porque sus padres o abuelos ya tuvieron a la universidad”, apunta el coordinador de Comunicación, Estanis Fons. En este sentido, Fons añade que en la última década sí han observado un incremento de estudiantes, hijos de inmigrantes recientes y que en estos casos la universidad sí que está ejerciendo esta función social.

Pero una vez dentro de la universidad, se producen otras situaciones de desigualdad. “Los alumnos de clases sociales medias y altas disponen de habitaciones para ellos solos, con condiciones óptimas para el estudio. Pero algunos estudiantes no pueden pagarse una vivienda cerca de la universidad y deben hacer hasta cuatro horas en transporte público, con el desgaste físico que ello supone, de manera que el alumno tiene menos tiempo para estudiar que sus compañeros”, destaca Anabel Galán, vicerrectora de Estudiantes de la Autónoma de Barcelona (UAB).

Los rectores han reclamado en varias ocasiones la creación de un programa de becas salario para asegurar que los alumnos con menos recursos también vean en la universidad una salida, algo que, de momento, han trasladado al Departamento de Universidades, pero que no tiene visos de que se lleve a cabo a corto plazo, a pesar de “la creciente sensibilidad entre los políticos”, apunta Crespo, y la necesidad de los campus de buscar nuevos alumnos, a la vista de la caída de la natalidad que empezará a notarse en las universidades en menos de un lustro.

“A algunos alumnos o familias con pocos recursos ya no les pasa por la cabeza ir a la universidad porque necesitan el dinero de los jóvenes para vivir. Pero la universidad debe permitir romper esos techos de cristal”, asegura Josep Pallarès, rector de la Rovira y Virgili, quien apunta que su campus cuenta con el porcentaje más elevado de estudiantes becados: el 28%. Más allá de las becas salario, el rector añade otras opciones, como la formación dual, que permita estudiar y trabajar, y que ya han implantado en tres grados diferentes.

Los estudiantes también reivindican la posibilidad de modificar horarios para combinar ambas actividades. “No todo el mundo se puede permitir dedicarse 100% a los estudios y necesitan trabajar para poder mantenerse, pero los horarios están hechos para que te dediques solo a estudiar”, manifiesta Chaymae. “Las becas salario son necesarias porque si tienes que trabajar te puede bajar el rendimiento académico”, añade Azzouzi.

Pero el punto clave que impide la verdadera equidad es la barrera que supone la universidad para algunos colectivos, que todavía no la ven como una opción. “El origen social determina tu futuro. Llegar a la universidad es un camino muy difícil para mucha gente, hay muchas trabas sociales, como la escuela que te toca o el entorno familiar, y eso no se escoge. Además, faltan referentes y si no los tienes lo más fácil es que acabes haciendo lo mismo que tus padres”, expresa Azzouzi. Con todo, el joven se muestra moderadamente optimista por el futuro. “Veo la generación que sube y cada vez hay más presencia de personas de origen inmigrante en trabajos en los que hace poco no había. Afuera hay muchos jóvenes con sueños y con ganas de llegar lejos”, remata.

Un pequeño granito de arena

Mientras las becas salario no llegan, las universidades han puesto en marcha sus propios programas de becas que complementan a las del Ministerio de Educación y a las de la Generalitat (Equitat). Algunos campus, precisamente, ofrecen un pequeño programa de becas salarios que llega a un número limitado de estudiantes, pero todos cuentan con ayudas de emergencia para situaciones sobrevenidas (por ejemplo, quedarse sin trabajo). También hay universidades, como la UB o la UPC que cuentan con becas de colaboración, en las que se ofrece un salario a los alumnos por realizar tareas istrativas o colaboraciones en el campus. La Politécnica cuenta asimismo con unos préstamos con fondos de exalumnos y que los estudiantes retornan cuando pueden y la Rovira y Virgili, con un programa específico para jóvenes extutelados.

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Sobre la firma

Ivanna Vallespín
Redactora focalizada en Educación desde 2012, con pinceladas también en Política, Derechos Sociales y ElPais.cat. Anteriormente, en medios locales escritos, radio y televisión.
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