¿No tiene usted ningún sentido de la decencia?
¿Para qué vas a intentar ayudar a Ucrania, que es una movida, si puedes chulearles por la cara sus tierras raras?


Convendrán conmigo en que si hay alguien que sabe algo de cómo actúa un mafioso es Robert De Niro. “El matón del colegio viene a pedirte el dinero de la merienda y te pide el 25%. Tres días después vuelve y te pide más. Si no haces nada, continuará”, ha explicado en una entrevista. Estaba hablando de Donald Trump. Para descifrar a este individuo, su análisis puede ser igual de válido que el de un politólogo o un psiquiatra, opciones que ya hemos explorado. Después de aquel vídeo inverosímil en el que Trump vendía Gaza como el próximo paraíso de vacaciones (Gaza d’Or), yo ya le veo ahora en su gira por Oriente Próximo como el protagonista de Casino, de Scorsese.
La nueva política exterior de Trump es que se entiende con quien le hace más la pelota, le hace regalos más estratosféricos, tiene griferías de oro más horteras que las suyas, con quien es igual o más chulo que él. Son esa gente a la que respeta. A ver dónde metes tú a Ursula von der Leyen en esta fiesta, si ya hace cuatro años iba a Ankara y la dejaban sin silla. En cambio, a Trump le cae muy simpático Abu Mohamed al Jolani, el nuevo presidente sirio, aunque hasta hace cinco meses la Casa Blanca daba una recompensa de 10 millones de dólares por su cabeza. Uno que fue a Irak a combatir a los americanos, acabó prisionero en Abu Ghraib y luego en Siria se alió con Al Qaeda. Ahora se ha radicalizado para el otro lado, se ha puesto corbata. Y a Trump le gusta porque es un tipo duro, gente práctica capaz de dejar los escrúpulos a un lado.
Lo interesante de esta nueva política exterior estadounidense es que abandona esa vieja idea, tanto republicana como demócrata: exportar la democracia. Esto ahora resulta muy gracioso, porque si Trump no cree en la democracia para qué demonios va a querer exportarla. Se entiende mejor haciendo negocios con tiranos y autócratas. Es el capitalismo de amiguetes a nivel mundial, el mapa geopolítico visto como un plan general urbano planetario donde pegar la madre de todos los pelotazos. Si acaso prefiere lo contrario, exportar el caos en las democracias. ¿Para qué vas a intentar ayudar a Ucrania, que es una movida, si puedes chulearles por la cara sus tierras raras? La nueva política es que todo el mundo tiene un precio, y el dinero y la brutalidad es el único lenguaje que funciona. No hay sitio para los débiles.
Es cierto que no hay que subestimar el poder pacificador de la prosperidad y el dinero. Voltaire escribió hacia 1730: “Entrad en la Bolsa de Londres. Allí el judío, el mahometano y el cristiano se tratan recíprocamente como si fueran de la misma religión, y llaman infieles solo a los que causan una bancarrota”. Y es verdad que lo de exportar la democracia era una idea tramposa y abocada al fracaso. Pero lo de ahora, no me digan: el país que tiene escrito en el dólar “En Dios confiamos” predica el triunfo del materialismo en la región donde nacieron las tres grandes religiones monoteístas, y espera que quienes viven allí descubran que llevan toda la vida haciendo el tonto y la verdadera felicidad es un adosado con barbacoa y piscina.
Robert De Niro cree que lo único que se puede hacer con Trump es plantarle cara. Ha recordado el ejemplo del abogado Joseph Welch en la caza de brujas de McCarthy, durante las audiencias del Senado en 1954. Le soltó una frase que aún se recuerda, y que yo espero que alguien un día le diga a Trump, a ver qué pasa: “¿No tiene usted ningún sentido de la decencia?”. Palabras sencillas, certeras. De la noche a la mañana la popularidad y la influencia de McCarthy se derrumbaron. Ojalá pudieran exportar eso del pasado.
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