Este verano cabalgaré como una yegua loca
Hoy en día, el cuerpo de cada uno se ha convertido en una pequeña escala de las discriminaciones de la sociedad


Siempre he irado la belleza de los animales. Esa mancha rosa de los flamencos que convierte el cielo en un rothko, por ejemplo, o la ligereza sincronizada de las gacelas ante la amenaza de la muerte depredadora. La maravilla de contemplar, por ejemplo, el galope de una manada de caballos. En la infancia conservamos aún esa bella libertad animal pero al crecer nuestros cuerpos se van preparando para servirnos como prisión (mental) en vez de para galopar desnudos en verdes praderas. El control social que se ejerce sobre nuestros cuerpos es tan salvaje que lo más bello que tenemos se ha convertido en una maldición. Y esa carga se hace más pesada que nunca en verano. Por este motivo he decidido convertirme en yegua, como mínimo hasta el otoño.
La maravilla de contemplar el galope de una manada de caballos es que nadie estigmatiza sus cuerpos. Cualquiera comprende su belleza pero nadie piensa “qué gordo está ese percherón”, “pobre aquella que ya no puede parir” o “qué fea le cuelga la tripa al semental”. No es que los caballos no tengan edad o medidas corporales, es solo que en los cánones privados de su belleza nada tienen que ver ellas. Yo en cambio soy una humana social y por eso tengo que controlar mi cuerpo, juzgarlo y someterlo.
Hoy en día, el cuerpo de cada uno se ha convertido en una pequeña escala de las discriminaciones de la sociedad. Un cuerpo humano nos habla así de cuándo cumple la ley y cuándo está fuera de ella (se dice de los cuerpos migrantes que son ilegales), de cuándo es visible y a partir de qué edad se convierte en invisible, de cuándo merece ser mirado y cuándo escondido, de qué o quién debe entrar en él o de qué debería producir. Así que mi cuerpo de humana, que anhela cabalgar loco (como el caballo del cuento de Kafka), me está encerrando en una habitación cada vez más pequeña y rígida amenazada por el estigma.
Para mí, lo peor de que el cuerpo se haya convertido en estigma es que obliga a que cada uno construya con su imaginación y recursos su propio autoestigma. Y lo peor del autoestigma es que ni siquiera necesita existir en realidad para amargarte la vida. El autoestigma es eso que hace que un día te mires al espejo y digas “me veo gorda”. O que un lector de este periódico dictamine “estoy fofo”. Porque, al ser una la que se ve, ya no importan las condiciones objetivas: el autoestigma es cruel y siempre gana. Por esta razón, ya les digo, me he convertido en yegua.
Con la llegada del calor, me he visto amenazada por todo tipo de dietas detox en redes, cremas anticelulíticas en la farmacia, depilatorios en el súper, drenantes en el herbolario, rutinas milagro en el gym y he decidido optar por la solución equina: un verdadero acierto. Porque desde que soy yegua, solo quiero galopar. Me he dado cuenta de que lo peor de mi cuerpo de mujer es que es juzgado por condiciones estáticas, como peso, volumen o talla. Cuando en realidad, lo que te enamora de alguien son sus cualidades dinámicas: la voz, la forma de caminar, sus besos, el galope de cada cual. Por eso digo que mucho mejor ser yegua. ¿Que por qué se lo cuento? Pues porque soy animal de manada, igual que ustedes. Y porque si lo piensas bien, todas las personas nacimos yeguas. ¡Nos vemos en la pradera!
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad , así podrás añadir otro . Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
