Qué cambios experimenta tu hijo preadolescente y cómo gestionarlo
Esta etapa vital entre los 9 y 12 años se caracteriza por querer pasar menos tiempo en familia, empezar a cuestionar las normas, el despertar del interés sexual o la preocupación por la propia imagen. Para ayudar al joven, lo mejor es darle su espacio, validar sus emociones y establecer límites


Los padres suelen ser reticentes a aceptar que sus hijos ya no son tan niños y que comienzan a tener sus propias ideas y gustos, o que ya no quieren hacer tantos planes en familia porque prefieren estar con su grupo de amigos; algo normal al entrar en la preadolescencia. Esta etapa de transición conjuga la niñez con la entrada en la adolescencia y puede resultar complicada para toda la familia debido a los cambios que conlleva para el menor. Pero, ¿cuándo comienza esta fase vital? “Generalmente, se inicia a los 9 años y dura hasta los 12, pero cada persona es diferente y puede variar, aunque hay una tendencia generalizada a que cada vez sea más precoz. Incluso hay niños que no la viven como tal o lo hacen de manera muy sutil”, explica María Domínguez, psicóloga general sanitaria y neuropsicóloga clínica.
Esta etapa previa a la adolescencia se caracteriza por la llegada de numerosos cambios; y cambios de todo tipo: “Pueden ser psicológicos, emocionales, conductuales y físicos. Todo ello se traduce en la búsqueda de la identidad y el interés por relacionarse más con el grupo de iguales que con la familia. Además de reclamar más autonomía y ser rebeldes con las normas, sobre todo en casa”, sostiene Domínguez.
“Los preadolescentes tienen cambios de humor frecuentes, que van de la euforia a la tristeza. Además, muestran mayor interés por su imagen y por cómo son percibidos por los otros. También les gusta pasar más tiempo solos en su habitación y desarrollan el pensamiento crítico, por lo que cuestionan la autoridad y las normas establecidas”, detalla por su parte Montse Díaz, docente de Psicología de la Universidad Alfonso X el Sabio y creadora de contenidos en Neuropsicoteca.com, una academia para profesionales de la psicología. Esta especialista también destaca algunos de los principales cambios físicos que se producen a esta edad: “Las niñas los tienen antes que los niños, como el desarrollo de los senos y el ensanchamiento de las caderas, además de poder comenzar con la menstruación. En el caso de los niños, aumenta la masa muscular y comienza a crecer el vello facial y, en ambos casos, el despertar del interés por la sexualidad”, señala.
Es un momento en el que las hormonas también se activan e influyen en el comportamiento del menor. “En el caso de las chicas, se incrementan los niveles de estrógenos y progesterona, que influyen en la intensidad de los cambios emocionales, y en el caso de los chicos se genera más testosterona, lo que incrementa el grado de impulsividad”, añade esta experta.
“Esta etapa es crucial para el desarrollo integral del niño, ya que se sientan las bases para la adolescencia y la adultez, por lo que en casa conviene crear un ambiente que fomente una comunicación abierta y sin juicios para que el joven puede expresarse”, continúa Díaz, y destaca otros dos apoyos que pueden ser de ayuda al menor: “Reconocer y validar sus emociones para ayudar a entenderlas, y establecer límites, porque aunque busca la independencia de los padres los límites y reglas claras crean sensación de seguridad”.

Establecer unos límites claros y pactados con el menor es fundamental para evitar roces y conflictos. “Conviene huir de imposiciones, porque serán mal recibidas, sobre todo si tienen que ver con su grupo de amigos, el uso de dispositivos electrónicos o redes sociales”, matiza Domínguez. Díaz añade que hay que evitar comparaciones con otros niños de su edad y frases como “no es para tanto”, así como sobreproteger o criticar la apariencia, porque puede dañar la autoestima.
Aliarse con el joven en esta edad de cambio resulta clave para acompañarle en el proceso. “Conviene mostrar interés por sus aficiones o sus amigos, aunque no se compartan o no se esté de acuerdo con ello. Además, para fortalecer el vínculo y evitar demasiado distanciamiento con la familia, se puede buscar alguna actividad conjunta para hacer, como algún deporte”, aconseja Domínguez. “Es momento de comenzar a tener conversaciones incómodas sobre temas como la sexualidad y conviene ayudarle a que empiece a tener un sentido crítico y de responsabilidad sobre lo que está bien o mal”, destaca la especialista.
La psicóloga pone el foco en la importancia de evitar imponer patrones rígidos y estrictos de comportamiento. “De ser así, cabe el riesgo de que si el preadolescente no los cumple crea que decepciona a sus padres y evite comunicarse para no sentirse juzgado”, prosigue Domínguez, “por lo que conviene enfocarse en un ambiente flexible y de negociación, donde se aprende de los errores”. Además, hace hincapié en lo que se debe evitar hacer como progenitores: “No convertirse en policías, sino dar confianza y respetar la privacidad, incluso sobre aspectos sobre los que no quieran hablar, porque de esta forma, cuando necesiten ayuda, no tendrán miedo a expresarse”.
La dificultad de los padres a aceptar el cambio en sus hijos también tiene su explicación: “Es debido a que, a veces, el comportamiento del niño es más complicado a esta edad y pueden sentir algo similar a un duelo por el distanciamiento de su hijo”, asegura Domínguez. “Es clave comprender que se trata de un comportamiento normal y natural de la edad, así como necesario para el desarrollo emocional y psicológico”, añade.
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