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Columna
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Pestañas postizas flotando en el espacio

Lo que nos dice el espectáculo montado por Jeff Bezos es que la aventura orbital ya no es de todos sino propiedad de quienes han decidido usar sus fortunas para construir cohetes

Las seis mujeres que volaron en una cápsula lanzada al espacio por Blue Origin, tras su aterrizaje en Texas.
Delia Rodríguez

La Tabla de esmeralda, el texto fundacional del hermetismo en el que se basa la alquimia medieval, contiene una frase muy bella sobre las estrellas: quod est superius est sicut quod inferius, “como es arriba es abajo”. Quiere decir que el macrocosmos estelar es idéntico al microcosmos humano, y al revés, que nuestras pequeñeces se corresponden con lo universal. Me he acordado de ello, claro, viendo el delirio que ha organizado Jeff Bezos enviando al espacio a su prometida Lauren Sanchez, a la cantante Katy Perry y a cuatro mujeres más para promocionar su empresa aeroespacial. Blue Origin es más conocida por sus viajes turísticos que por sus avances técnicos, pero empieza a ser una competencia para SpaceX, la compañía de Elon Musk, en sus contratos públicos con el Gobierno de EE UU. Para Jeff Bezos no es un capricho: está convencido de que esta, y no Amazon, será su gran aventura empresarial y se dedica a ella en exclusiva desde 2021. Recordemos que uno es el hombre más rico del mundo; el otro, el segundo.

La idea de este viaje hace aguas desde varios puntos de vista. No funciona como supuesto acto feminista (es evidente que ellas no han llegado allí por su excelencia como científicas), ni como publicidad positiva para la empresa (han sido cuatro minutos en gravedad cero de un total de 11 minutos de viaje muy criticados), ni como negocio inmediato (solo algunas tripulantes, seleccionadas por Lauren Sanchez, han pagado, pero se desconoce quiénes y cuánto). Sí es eficaz, en cambio, construyendo una cierta idea del futuro que tiene mucho que ver con cómo se está reconfigurando el orden mundial alrededor de los oligarcas de la tecnología. El espacio, nos dice en realidad el viaje, ya no es de todos, sino propiedad de quienes han decidido usar sus fortunas para construir cohetes, y pueden hacer con él lo que quieran. Lo que este viaje enseña a las niñas no es que deben estudiar matemáticas y carreras técnicas para ser astronautas y tocar las estrellas, sino que todo es posible con dinero (propio o de la pareja) y os.

Este nuevo imaginario lo crean multimillonarios de ideologías disparatadas. Jeff Bezos defiende que la única forma de mantener el crecimiento económico y demográfico es trasladar la producción industrial al espacio, de donde obtendríamos los recursos naturales, y en donde viviríamos en grandes plataformas. La Tierra sería una especie de parque natural al que ir de vacaciones de vez en cuando. Mientras tanto, el impacto ambiental real de Amazon es incalculable, y él hace lo posible por no pagar impuestos que podrían mitigar sus efectos. Las ideas de Elon Musk son similares, aunque prefiere colonizar Marte. A Peter Thiel, que también invierte en el espacio, le gusta la idea de crear burbujas habitables en el océano. La mierdificación del cielo —adaptando el término que Cory Doctorow inventó para definir la progresiva decadencia de internet— es especialmente dolorosa porque, si la humanidad tiene un sueño compartido desde la antigüedad, es justo este.

Entre los duelos que llevamos este 2025 tenemos que añadir uno más: el narrativo. EE UU ya no es un productor de imaginarios fabulosos. Adiós a Carl Sagan, Star Trek, Neil Armstrong dedicando su paso a toda la humanidad. Soñemos mejor con Teslas orbitando alrededor de la Tierra y “extensiones de pestañas volando por la cápsula espacial”, como dijo Lauren Sanchez en la revista Elle. Así, quizá, dentro de unos siglos, podamos soñar con ir de vacaciones a nuestro propio planeta.

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Sobre la firma

Delia Rodríguez
Es periodista y escritora especializada en la relación entre tecnología, medios y sociedad. Fundó Verne, la web de cultura digital de EL PAÍS, y fue subdirectora de 'La Vanguardia'. En 2013 publicó 'Memecracia', ensayo que adelantó la influencia del fenómeno de la viralidad. Su newsletter personal se llama 'Leer, escribir, internet'.
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