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Por qué no tienes que preocuparte (demasiado) por el alzhéimer si tienes un herpes

Varios estudios relacionan infecciones y demencia, aunque los expertos advierten de que son solo un factor de riesgo entre muchos

Alzheimer y herpes
Daniel Mediavilla

La vida es fruto de un equilibrio complicado y lo que nos salva en un momento puede matarnos en otro. Un estudio reciente muestra que la proteína tau protege del daño neuronal que produce la infección por herpes (VHS-1) y también se ha identificado una función similar de la beta amiloide. Con el tiempo, si la infección persiste, ambas proteínas pueden acumularse en el cerebro, volviéndose tóxicas y destruyendo las neuronas que empezaron protegiendo. Esa acumulación de placas de amiloide y ovillos de tau a largo plazo es una de las principales hipótesis para explicar la enfermedad de alzhéimer, aunque su origen no sean solo las infecciones y no solo por ese mecanismo.

Décadas de investigación del alzhéimer y decenas de miles de millones de euros de inversión no han servido para encontrar un tratamiento eficaz. Tantos años de contratiempos han incrementado el interés de interpretaciones alternativas sobre el origen de la enfermedad, esperando que una nueva comprensión posibilite nuevas soluciones. Hace unos días, un equipo de la farmacéutica Gilead sugería que la prevención de los herpesvirus como vía para reducir el riesgo demencia se debe considerar una prioridad de salud pública.

Los científicos sustentaban su opinión en un análisis de bases de datos de salud en EE UU para observar la relación entre el virus del herpes labial (VHS-1) y el alzhéimer. A partir de los datos de casi 700.000 personas observaron que la infección se asocia a un mayor riesgo de sufrir alzhéimer, que ese riesgo se incrementa con la edad, y que el uso de antivirales reduce las probabilidades de padecer demencia. No obstante, reconocían que son necesarios más estudios y que esta correlación no implica necesariamente que el herpes cause alzhéimer y que los antivirales lo prevengan. En una línea similar, unas semanas antes, la revista Nature publicó otro estudio que detectó una correlación entre la vacunación frente al herpes zóster, la conocida culebrilla, y una reducción del riesgo del alzhéimer del 20%.

Pese al interés de estas asociaciones, el alzhéimer sigue siendo una enfermedad muy compleja, que se desencadena por la suma de muchos factores encadenados, y la explicación viral no va a ser fuente de una panacea. Ignacio López-Goñi, catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra, recuerda que “el 80% de la población ha tenido herpes y el porcentaje de población con anticuerpos para herpes simple es muy alto”. Además de algo tan común como infectarse con un virus, para que se desencadene el alzhéimer tienen que pasar muchas otras cosas. “Las personas que portan una variante del gen APOE, son más susceptibles a la enfermedad de alzhéimer y a la reactivación del herpes y sus efectos neurodegenerativos”, apunta López-Goñi”. Por tanto, quienes tienen una predisposición genética o sistemas inmunes más débiles, como las personas mayores, pueden beneficiarse más de medidas preventivas como las vacunas o los antivirales.

En la aparición del alzhéimer, como en la del cáncer, intervienen infinidad de factores en los que algunos son innatos y otros tienen que ver con el estilo de vida, y, muchas veces, la prevención de la enfermedad consiste en mitigar el peso de lo que no se puede cambiar actuando sobre lo modificable. Alberto Rábano, director del Banco de Tejidos de la Fundación CIEN, en Madrid, recuerda que, durante los últimos años, aunque cada vez hay más casos de alzhéimer por el envejecimiento de la población, la incidencia ha disminuido un 16% en la última década pese a la ausencia de fármacos. “Eso ha sucedido porque muchos factores de riesgo cardiovascular, como el colesterol, la hipertensión, la diabetes o el consumo de tabaco, están relacionados con el alzhéimer”. “Lo que es bueno para el corazón es bueno para el cerebro, y la prevención de riesgos para la salud cardiovascular ha reducido la incidencia de alzhéimer”, coincide Josep Maria Argimon, director de Relaciones con el Sistema de Salud de la Fundación y el Barcelonaβeta Brain Research Center.

Argimon considera que “cada vez hay más evidencias que indican que las infecciones por herpes simple o por herpes zóster, como indica el estudio de la vacuna, podrían contribuir a la aparición de la enfermedad”, pero, añade, “no hay una demostración de causalidad y no hay evidencia para pensar en una vacunación masiva del herpes como forma de prevenir el alzhéimer”. Por ahora, en países como España, ya se ha comenzado a vacunar a personas a partir de los 65 años, y también a personas vulnerables, como las que tienen enfermedades hematológicas o han recibido un trasplante de médula ósea. Pero, como en el caso de las enfermedades cardiovasculares, la reducción de la incidencia del alzhéimer se produciría como efecto secundario de otras medidas de salud pública que tienen valor por sí mismas. No obstante, Argimon sí cree que se debe “poner en primer plano la salud cerebral”. “Ahora, si le preguntas a alguien cómo se puede prevenir un infarto de miocardio, es probable que lo sepa, pero si dices lo mismo sobre el alzhéimer, se encogerá de hombros”, afirma.

Pese a los estudios que relacionan las infecciones por herpes y el alzhéimer, Rábano recuerda que en la publicación de referencia que realiza periódicamente la Comisión Permanente de The Lancet sobre la prevención, intervención y atención de la demencia, no incluye las infecciones entre los factores prevenibles de este tipo de enfermedades. “Calculan que si se controlaran todos estos factores [que incluyen la inactividad física, la pérdida de audición, la depresión o un nivel bajo de educación] se podría reducir la incidencia de la demencia, y principalmente el alzhéimer, en un 45%”, apunta Rábano. Sin embargo, esta comisión aún considera contradictoria la evidencia sobre las infecciones.

Mientras se confirma la relación y se evalúa el peso de las infecciones en la aparición del alzhéimer y se buscan fármacos que tengan, por fin, un impacto significativo sobre la enfermedad, los factores que modifican el riesgo de alzhéimer son una guía para una vida saludable que sirve para prevenir o retrasar casi todas las dolencias. Se sabe, por ejemplo, que el consumo de carne roja procesada, como los embutidos, se asocia a un mayor riesgo de demencia, pero también de cáncer. Los ultraprocesados, cuando superan el 30% de la dieta, disparan el riesgo de depresión, y la depresión aumenta el riesgo de alzhéimer. Por el contrario, el ejercicio protege frente a la demencia, pero también de las dolencias cardiovasculares o el cáncer, igual que lo hace una buena red de amigos o la familia. El alzhéimer es una enfermedad tan compleja como la vida y retrasar su aparición depende de tantos factores sutiles e interconectados, aunque conocidos en parte, como los que requiere una vida buena.

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Sobre la firma

Daniel Mediavilla
Daniel Mediavilla es cofundador de Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS. Antes trabajó en ABC y en Público. Para descansar del periodismo, ha escrito discursos. Le interesa el poder de la ciencia y, cada vez más, sus límites.
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