Esperar la cosecha bajo la tormenta arancelaria: el factor Trump paraliza a los agricultores de Estados Unidos
La guerra comercial junto con los recortes del gobierno republicano encienden los temores de los productores estadounidenses en tiempos inciertos


El factor Trump se ha sumado a la larga e incierta espera entre la siembra y la cosecha. El temor suele ser que una tormenta inesperada acabe con los campos, que una helada fuera de temporada mate las plantas justo cuando están más débiles o que una plaga insospechada arrase con un cultivo indefenso. Pero este año, la guerra arancelaria del presidente ha puesto sus futuros en el aire. Mientras las plantaciones crecen a medida que la primavera se vuelve verano y el panorama comercial cambia semana a semana, los granjeros aguardan nerviosos, pues muchas veces sembrar es solo posible gracias a un crédito que se pagará cuando la cosecha ha sido vendida, muchos meses más adelante. Entre la esperanza de nuevos acuerdos comerciales que estabilicen la situación y los amargos recuerdos de la primera istración del presidente republicano que afectó al gremio a niveles históricos, los agricultores de Estados Unidos contienen la respiración.
El mercado de bienes agrícolas y ganadería en Estados Unidos lleva décadas dedicado a la exportación de commodities como el maíz, la soja o la carne de cerdo, y en mucho menor medida, productos especializados o para el consumo local. Por lo tanto, un terremoto en el comercio internacional tiene profundas reverberaciones en la industria del campo estadounidense. Especialmente si se tiene en cuenta que el 47% de las exportaciones van a los tres países que el presidente más ha atacado arancelariamente en los últimos meses: China, México y Canadá. A finales de abril, China canceló un pedido de 12.000 toneladas de carne de cerdo estadounidense, la mayor cancelación desde el inicio de la pandemia de Covid.
Si bien los mercados bursátiles reaccionaron muy bien al anuncio de rebajas arancelarias temporales por parte de Estados Unidos y China tras unas primeras conversaciones el pasado fin de semana en Suiza, los agricultores son más escépticos. “Aunque se anuncie un acuerdo comercial, no se sabe realmente cuánto tiempo va a estar en vigor, qué va a pasar mañana”, dice Ben Lilliston, director de estrategias rurales y cambio climático del Institute for Agriculture and Trade Policy. Y por ahora, añade, eso ya está significando una reducción en la inversión por parte de los agricultores que están comprando menos maquinaria nueva, por ejemplo, para contrarrestar el aumento en otros costos de producción, como los indispensables fertilizantes, cuyos precursores provienen en su gran mayoría de Canadá.
Pero los efectos de la guerra arancelaria, en los mercados de exportación como de importación y también en la misma logística, cuando ya se empieza a reportar escasez de contenedores, no es lo único que genera preocupación. “Cuando se combina con lo que están haciendo en el USDA (el Departamento de Agricultura, por sus siglas en inglés), que está recortando drásticamente el personal del departamento, cerrando edificios y recortando programas que apoyan a los agricultores que cultivan para los mercados locales, se les está golpeando por todos lados: estamos golpeando las exportaciones y también reduciendo los recursos para ayudar a cambiar”, agrega Lilliston, que cree que la posibilidad de dumping comercial —el envío subsidiado de productos a otros países por debajo del precio de mercado para evitar el default masivo de los productores— es muy real.
La memoria de las bancarrotas se asoma sobre el horizonte
En el primer periodo de Trump en la Casa Blanca, la cantidad de granjas que se declararon en bancarrota en el país llegó a niveles históricos. Entre 2018 y 2019, subieron un 24% después de que la guerra comercial desatada en aquel entonces, una pelea de niños comparada con la iniciada por Trump ahora, le costara a los productores estadounidenses 27.000 millones de dólares.
“Espero que cuando las cosas se sigan apretando más, veremos más bancarrotas como en la primera guerra comercial. El mayor activo que tienen los granjeros es su tierra, la tierra agrícola todavía vale, y siempre vas a encontrar un productor más grande o inversores interesados en ella. Así que no espero necesariamente que la producción se reduzca, pero sí que se consolide todavía más la propiedad”, augura Lilliston.
La previsión viene de la experiencia anterior. Entre 2017 y 2022, el número de granjas en el país bajó al mayor ritmo en dos décadas, con las granjas pequeñas siendo las más afectadas. En cambio, la cantidad de granjas con ganancias de entre 2.5 y 5 millones de dólares, se duplicó.
Esto no hubiera podido suceder sin el pago de rescates por un valor de 28.000 millones de dólares por parte del gobierno federal en aquel entonces, que benefició especialmente a los grandes productores. El 1% más rico recibió una media de 183.331 dólares, mientras que el 80% más pobre recibió menos de 5.000 dólares cada uno, según análisis del 2019 del Environmental Working Group, que afirmó que el público estaba subsidiando la creciente desigualdad en la industria.
El panorama no ha cambiado demasiado desde entonces, se lamenta Lilliston. “Necesitamos pasar una nueva ley agrícola. Ahora mismo, tiene todos los incentivos para producir commodities para mercados globales. Está claro que la istración Trump va a alterar esos mercados en los próximos cuatro años. Sería un gran cambio, pero va a ser necesario, de lo contrario simplemente va a tener que haber otro gran rescate a los granjeros. Pero como mínimo creo que necesitan tener un plan claro, y no sé qué más decir sobre qué deberian hacer, porque lo que están proponiendo [los aranceles] no tienen sentido. Tal vez en su mundo, sí, pero no en el mundo en el que vivimos el resto”.
En las colinas pobladas de viñas en Sonoma, en el norte de California, George Davis —aunque acaba de pasar un par de días reuniéndose con congresistas en la capital junto con productores del resto del país para trasladar sus preocupaciones— cree que no se puede esperar de brazos cruzados a que Washington actúe y, en cambio, intenta ver una oportunidad en medio de la incertidumbre. “Debemos desarrollar nuestra base de consumidores, relacionarnos más con ellos. Cuando las cosas se ponen difíciles, la gente se tiende la mano y forma comunidades. Y tenemos que reforzar nuestras comunidades, ya sea en las relaciones directas con los clientes o entre productores afines, o mediante la acción política. Se trata de formar redes y de llegar a personas con ideas afines para elaborar estrategias de supervivencia y hacer cambios para el futuro”.
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