La fórmula Brasil de agropecuaria sostenible para combatir la deforestación y ganar más dinero
Embrapa, la agencia pública de investigación del agro, apuesta por combinar ganado, cultivos y árboles para dar la vuelta a un sector que contamina más que Japón


La hacienda de la familia Wolf, en el corazón del pujante agro brasileño, podría parecer una más, con sus vacas genéticamente seleccionadas pastando al atardecer y cultivos de soja, maíz o arroz. Pero los árboles que se alzan majestuosos en cuidadas filas paralelas desentonan en el cuadro más habitual. Ahí está la pista de lo que la distingue. Esta finca ubicada en Nova Canaã do Norte (Mato Grosso) es, en realidad, un gigantesco laboratorio de experimentos para testar múltiples prácticas en busca de los modos para producir de manera más sostenible ambiental, social y económicamente. Las tres haciendas donde los Wolf crían ganado, cultivan, producen pienso animal, madera de eucalipto y de teca son un escaparate de la fórmula que la ciencia brasileña ha creado para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, para aumentar la productividad y, con ella los ingresos.
Mário Wolf y su hijo Daniel, hombres de fe que se precian de llevar la el pionerismo y la innovación en el ADN, lo atestiguan con su experiencia, avalada por la ciencia. Los experimentos realizados por Embrapa (la agencia brasileña para la investigación agropecuaria) demuestran que, con las mejores prácticas descubiertas en los últimos años, incluso “se puede producir carne con impacto [de carbono negativo]”, aseguran, gracias a la integración de la producción agrícola, ganadera y forestal, lo que los técnicos locales conocen por la sigla ILPF (Integração Lavoura-Pecuária-Floresta).
Y eso es capital en Brasil, la décima economía del mundo, porque aquí la ganadería es el gran villano contaminante, a diferencia de EEUU, la Unión Europea o China, donde el sector que más gases efecto invernadero emite son el carbón y los combustibles fósiles en general. Un informe de la ONG brasileña Observatorio del Clima estima que, si fuera un país, la carne brasileña sería el séptimo emisor, por delante de Japón. Los científicos de Embrapa sostienen que, con sus fórmulas, bueyes y vacas “pueden pasar de ser parte del problema a ser parte de la solución”, como explicaba este martes uno de ellos, Rafael Pitta, en la sede de este organismo en Sinop, a 320 kilómetros de la finca de los Wolf, durante un viaje organizado por la agencia gubernamental para la prensa.
Hace 15 años esta familia aceptó sin pestañear la propuesta de Embrapa para convertirse en cobayas. Cedieron de inmediato 100 hectáreas sin contrapartida, un simple apretón de manos.

La idea de combinar ganado, cultivos y árboles en una misma propiedad persigue crear un círculo virtuoso donde cada práctica beneficie a las otras, con sinergias, ahorro y reutilización de residuos. Las combinaciones son infinitas. Los Wolf, que son descendientes de inmigrantes llegados desde el imperio austrohúngaro, cuentan que compraron la finca Gamada a finales de los noventa, cuando la tierra ya estaba exhausta por la ganadería intensiva. Empezaron a cultivar maíz, arroz, soja, para revitalizar el suelo. Luego introdujeron la cría y el engorde de ganado y, más adelante, la producción de eucalipto y madera de teca.
Daniel, el hijo, detalla algunas ventajas concretas del sistema creado en los laboratorios de Embrapa para compensar o incluso reducir las emisiones contaminantes que aplican en las 7.500 hectáreas que explotan con 55 empleados en tres haciendas (la mitad del terreno, el resto es vegetación protegida). “Los beneficios de la pecuaria dentro de la agricultura son enormes. Con los cultivos logras un suelo más fértil, por eso puedes colocar más animales en la misma área. Así aumentas la producción de carne mientras las boñigas sirven de abono natural. Si colocas árboles, los animales son más eficientes porque, como a nosotros, les gusta la sombra. Y con los años la madera supone una renta extra”, enumera.
Tanto los Wolf como los científicos de Embrapa añaden otras ventajas: los árboles capturan dióxido de carbono y lo almacenan; con la sombra, aumenta la cantidad y calidad de la carne y la precocidad sexual del bovino. Además, diversificar la producción mitiga riesgos.
Un ejemplo más: la radiografía del suelo permiten practicar una agricultura de precisión. Reforzar el abono o alguna sustancia en parcelas necesitadas y reducirlo en el resto. Aumenta la eficacia, caen los gastos. Si la media en Mato Grosso es de un buey o vaca por hectárea, en esta finca son 10-12. Estas recetas pueden sonar sencillas, pero están diseñadas al milímetro en infinidad de parámetros tras experimentos científicos que, antes de ir a cualquier finca, se testan en el laboratorio al aire libre y controlado de la sede de Embrapa en Sinop.

El sistema integrado de la producción agrícola, ganadera y forestal es una especie de libro de instrucciones que ofrece a los productores un amplio menú de prácticas para producir más sin ampliar pastos ni cultivos. Durante el XX los ganaderos agotaban los pastos y avanzaban hacia el interior y el norte, hacia nuevas tierras, talando sin miramiento los bordes de la Amazonia, un ecosistema vital para regular la temperatura del planeta. Gracias a las mejoras tecnológicas y a la creciente conciencia ambiental, la producción agropecuaria brasileña se multiplicó en el XXI sin arrebatarle terreno a los bosques, pero buena parte están muy dañados.
La ganadería sostenible es, por ahora, algo minoritario. Abarca como 17 millones de hectáreas, según estimaciones de Embrapa. De los 180 millones de hectáreas dedicadas a pastos que suma el país, un 20% sufre degradación grave y un 40%, moderada, según un estudio de Embrapa publicado en la revista científica Land en 2024. Ese análisis concluyó que casi 30 millones de hectáreas tienen potencial de ser recuperadas con métodos como la combinación de ganado, cultivos y producción forestal, la adaptación a la agricultura de bajo carbono u otras prácticas.
El principal desafío para que otras fincas adopten el modelo y reproducirlo a gran escala es la resistencia de los agropecuaristas. Wolf padre señala que “el mayor problema es que le entre en la cabeza al productor, que entienda que este sistema mejora su negocio”, dice antes de recalcar que abrazar la ganadería sostenible requiere inversión, planificación y una estrategia a largo plazo. Añade el patriarca que su familia “siempre ha estado abierta a las nuevas tecnologías”, pero que la concentración del negocio en grandes grupos empresariales, unido al desconocimiento [sobre estas innovaciones] entre los pequeños productores dificultan la expansión de un modelo que a ellos les ha traído prosperidad. Embrapa ha comprobado que las fincas modelo como esta irradian la experiencia a sus vecinos. Pero el ritmo es más lento del que la crisis climática requiere.
El Gobierno de Brasil quiere presentar al mundo sus logros ambientales durante la próxima cumbre del clima de la ONU. Por empeño del presidente de Luiz Inácio Lula da Silva, la COP30 se celebrará en la Amazonia, en la ciudad de Belém, en noviembre. Lula quiere que mandatarios y ambientalistas conozcan de primera mano la mayor selva tropical del mundo -clave para absorber CO2 y mitigar el calentamiento global— y los múltiples desafíos que entraña preservarla. Exige perseguir a los que la depredan ilegalmente, pero con desarrollo económico para sacar a sus habitantes de la pobreza y sin frenar a un sector agropecuario que, como repiten muy a menudo los brasileños, “alimenta al mundo” con sus exportaciones de carne o soja para pienso.

Los Wolf, como muchos de sus vecinos, llegaron en los años setenta a estas tierras desde el sur para colonizarlas y prosperar. Los primeros años, cuando la conciencia ambiental era escasa o nula, el gran negocio era la extracción de madera. Ninguna ley lo prohibía entonces. Hoy el estado de Mato Grosso es epicentro del sector agropecuario, motor de la economía brasileña.
Como esta región es la Amazonia a efectos legales, aunque sea en el área de transición entre la selva tropical y el Cerrado, la ley impone límites al área de producción. Cuando los brasileños dicen que tienen la legislación ambiental más dura del mundo se refieren a que cada propiedad rural de la Amazonia está obligada a reservar el 80% para la vegetación nativa. O sea, solo puede tener pastos o cultivos en el 20% restante. Buena parte del Estado de Mato Grosso y otras áreas fueron deforestadas antes de que la ley entrara en vigor.
Los productores que cumplen escrupulosamente las leyes consideran que pagan justos por pecadores, que las prácticas delictivas de algunos de sus pares perjudican a todo el sector. De ahí que consideren una verdadera afrenta que los países europeos, que arrasaron sus bosques para industrializarse en el XIX, hayan aprobado en la Unión Europea una ley que cierra las puertas a la carne, soja, aceite de palma, cacao, café, caucho y madera si no demuestran que vienen de tierras que no han sido deforestadas. La entrada en vigor de la norma se aplazó un año, hasta 2026.
Para los Wolf es esencial mimar a los trabajadores. El agro brasileño sufre para retener la mano de obra. Por eso, todos sus empleados tienen seguro de salud, cobran por lo menos dos salarios mínimos y trabajan en tractores con aire acondicionado. También organizan actividades para sus familias. Salir a avistar aves es una de las más recientes. Wolf hijo cuenta que el especialista que vino recientemente a censar los pájaros “descubrió seis especies en los pastos normales y ¡46 especies! en las mixtas”. Lo considera la enésima prueba de que el rumbo que adoptó años atrás su familia es el correcto.

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