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Donald Trump
Tribuna
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El uso cínico del antisemitismo de Trump

Hoy toca defender nuestras universidades de clase mundial y rechazar a quienes quieren destruirlas en nuestro nombre. 

Donald Trump

En los últimos meses, Donald Trump y sus aliados han lanzado un ataque total contra las universidades de Estados Unidos, apuntando a los programas de diversidad, equidad e inclusión (DEI), amenazando con revocar la financiación federal, recortando los reembolsos de costos indirectos para la investigación y tomando medidas enérgicas —por ejemplo, deportaciones— contra estudiantes extranjeros que apoyan la causa palestina. Lo especialmente insidioso de esta campaña es el escudo retórico tras el que se oculta: la supuesta defensa de la comunidad judía.

Al presentar estos ataques como una respuesta al antisemitismo en los campus, el movimiento Trump recurre a un chivo expiatorio inverso que manipula preocupaciones legítimas sobre la seguridad de los judíos para avanzar en una guerra más amplia contra la libertad académica y la investigación crítica. Con ello, no solo amenaza el futuro de la educación superior, sino que aviva las llamas del antisemitismo que dice querer extinguir.

En un mitin en Iowa en diciembre de 2023, Trump declaró que, de ser reelegido, “cortaría la financiación a cualquier universidad que apoye el antisemitismo”. A primera vista suena como una postura de principios, pero en la práctica es un garrote para silenciar las protestas estudiantiles, castigar al profesorado disidente y desmantelar los compromisos institucionales con la equidad y la inclusión. A medida que se cierran las oficinas de DEI y los estudiantes internacionales enfrentan un nuevo escrutinio, queda claro que los objetivos reales no son los antisemitas, sino los adversarios ideológicos percibidos.

Esto no es solo un proyecto trumpista. Figuras como Christopher Rufo —arquitecto del movimiento anti-DEI— y el ex candidato presidencial Vivek Ramaswamy han impulsado la prohibición de los programas de DEI en las universidades públicas y la destitución de sus es. “El régimen DEI es una amenaza para la república estadounidense”, tuiteó Rufo; Ramaswamy respondió: “Es hora de cerrar los departamentos de DEI y despedir a quienes los dirigen”.

Nada de esto hará más segura a la comunidad judía en los campus. Al confundir la crítica legítima a la política del gobierno israelí con antisemitismo —y etiquetar las protestas propalestinas como intrínsecamente odiosas— se trivializa la verdadera y creciente amenaza de violencia antisemita. La Liga Antidifamación (ADL) documenta que la mayoría de esos incidentes los cometen extremistas de ultraderecha, no activistas estudiantiles progresistas.

El antisemitismo está en auge en Estados Unidos. En 2023, la ADL registró 8 873 incidentes antisemitas —un 140 % más que el año anterior y la cifra más alta desde 1979—, y el FBI informa que más del 60 % de los crímenes de odio de motivación religiosa han tenido como blanco a judíos, que representan apenas el 2 % de la población. Con neonazis marchando en público, sinagogas recibiendo amenazas de bomba y conspiraciones de ultraderecha proliferando en línea, el movimiento Trump opta por explotar estas amenazas en lugar de enfrentarlas.

Ahí se ve la crueldad de la ironía. Las universidades no son la fuente de este odio, sino unas de las pocas instituciones donde el antisemitismo puede estudiarse, debatirse y condenarse mediante investigación rigurosa. Sin embargo, ahora atacan precisamente esas herramientas críticas.

Esto no es nuevo. Los regímenes autoritarios han usado pánicos morales —sobre judíos, inmigrantes, estudiantes o supuestos radicales— como pretexto para consolidar el poder. El lenguaje puede actualizarse y los blancos cambiar, pero el manual sigue siendo el mismo: volcar al público contra la universidad, acusarla de corrupción moral y justificar su desmantelamiento en nombre de la salvación nacional.

Soy judío “gringocolombiano” y profesor universitario (antes en Estados Unidos, ahora en la Universidad de los Andes, aquí en Colombia). Para mí está claro: no necesitamos defensores de fachada, sino aliados comprometidos con el pluralismo, la libertad académica y los pilares de la democracia. La universidad no es el enemigo, sino una de sus últimas líneas de defensa.

Las preocupaciones sobre la homogeneidad ideológica en los campus son válidas, y el antisemitismo debe combatirse con firmeza. Pero cuando líderes autoritarios cooptan legítimas inquietudes para aplastar la disidencia y la diversidad, debemos alzar la voz. Hoy toca defender nuestras universidades de clase mundial y rechazar a quienes quieren destruirlas en nuestro nombre.

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