El día en que el amor se corrompió
Los lectores escriben sobre la diada de Sant Jordi, la elección del nuevo Papa y Donald Trump

Durante años, la diada de Sant Jordi fue una expresión genuina de afecto y cultura. Una rosa, un libro, un gesto libre y sincero, bastaban para celebrar el amor. Era un ritual cotidiano que no exigía grandes demostraciones, sino que transmitía autenticidad. En la actualidad, sin embargo, la festividad ha sido absorbida por la lógica del mercado. Nos vemos arrastrados a consumir: flores empaquetadas, firmas de autores, merchandising, peluches... La industria ha convertido un gesto simbólico en una obligación envuelta de expectativas. Se espera que el amor se demuestre en un solo día, como si el resto del año no contara. Tal vez, si el caballero Sant Jordi regresara, despertaría al dragón para alertarnos del modo en que hemos desvirtuado la celebración. Yo también estaría dispuesta a enfrentar ese dragón —el del consumismo desmedido— para recuperar una forma más sana y honesta de celebración.
Mireia Bonavida. Sant Sadurni d’Anoia (Barcelona)
Franciscus 2.0
Si fuera creyente rezaría para que la elección del nuevo Papa recayese sobre un émulo del papa Francisco, porque aunque la lógica dice que así será, dado que la mayoría de los cardenales con derecho a voto han sido elegidos por él, es fácil imaginar las presiones que habrá por parte de las derechas duras y poderosas. Un Papa que ha animado a los jóvenes a “hacer lío”, a los políticos de corte social a “no aflojar”, que ha hablado abiertamente de genocidio en Gaza y de asesinatos en Ucrania, que ha exhortado a acoger al inmigrante, a reconocer a las minorías marginadas, a poner la paz ante todos los objetivos, e incluso a canonizar a un milenial, es, sin duda, un tipo peligroso. Sus postulados se acercan demasiado a la doctrina de Cristo y eso puede ahuyentar a los mercaderes del templo. Tengamos esperanza en que la cotización de la papeleta cardenalicia no supere a la de la conciencia de la persona que hay bajo el capelo cardenalicio.
José Luis Rodríguez Paradelo. Majadahonda (Madrid)
Manual de instrucciones
Estoy eufórico. He comprado una lavadora y antes de ponerla en marcha estuve hojeado el manual de instrucciones, como es lógico. La sorpresa ha sido mayúscula: lo he entendido todo. Sé que es difícil creerlo, yo también dudaba al principio, pero así ha sido. Por ejemplo, en vez de “presionar el parámetro”, dice “apretar el botón”, y en lugar de “conducto de drenaje” pone “tubo de desagüe”. Llevado por el entusiasmo, he llamado a la empresa fabricante para felicitarla. Esperaba sufrir 20 minutos de soniquete mortificante seguidos de la voz “todos nuestros agentes se encuentran ocupados”, pero no, me ha cogido el teléfono inmediatamente una persona que vocalizaba en español con tal claridad que la entendía. Me he sentido tan animoso, que incluso por un momento me olvidé de que Trump existe.
Enrique Chicote Serna. Arganda del Rey (Madrid)
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